jueves, 29 de julio de 2010

La soledad comienza.

Bebió de un trago todo el vodka que quedaba en su copa, manchando de carmín el borde del cristal. En aquel bar de mala muerte servían copas hasta el amanecer, y con la segunda consumición regalaban trece minutos para desahogarse con el gordo y viejo camarero.
Todo un palacio repleto de borrachos que paseaban con sus cervezas haciendo acrobacias para mantener el equilibrio. Mientras, ella miraba su vaso vacío- que nunca tardaba más de quince segundos en volver a estar lleno de alcohol, de problemas, de desesperaciones-, todos bebían y entonaban a pleno pulmón la canción que un tocadiscos hacía sonar. Conocía la voz que mecía al bar y, agarrando bien fuerte a su copa de vodka, cantó al hombre del piano acompañando a Billy Joel y a su banda de ebrios despreocupados a la vez que un horrible reloj de cuco no cesaba de marcar las cuatro.

Todos en aquel local bebían para olvidar durante una fría noche de enero, dejando fuera de las sucias paredes repletas de bourbons y Jack Daniels a una ciudad aburrida de vivir. Riendo y adentrándose en los bajos fondos, pero, sobre todo, no dejando lugar a los remordimientos.

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