martes, 30 de noviembre de 2010

Era junio por la tarde y seguía lloviendo.

Tal vez fuera la amargura que destilaban sus pupilas, tan negras y tenues como el agujero que había quedado abierto en su pecho. Desde que él ya no estaba, más que aliento, le faltaban las fuerzas para hacer su cuerpo funcionar. Cuerpo. Mente. Corazón. Todo le trastabilleaba y acababa de bruces en el suelo cada vez que intentaba ponerlo en orden.

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